Wednesday, September 7, 2011

Yo no culpo a Calderón


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Por Carlos Eduardo Díaz
El ataque al casino en Monterrey no fue la gota que derramó el vaso. El vaso se derramó hace mucho tiempo. Este hecho ha sobrepasado incluso al crimen organizado. No es desproporcionado hablar ya de terrorismo. Jamás en la historia de nuestro país un ataque había dejado tantos muertos; jamás se había realizado un atentado contra la población en general con tanta saña.

Nuestro vaso está plenamente desbordado, al igual que el Estado Mexicano. A estas alturas es torpe, ocioso y estúpido señalar a un único culpable. Pero en México señalar a otros y lavarse las manos es el pasatiempo nacional. Calderón, asesino. Muera el espurio. Gobierno represor, cobarde, inútil. Tenemos un borracho en Los Pinos. Que el presidente legítimo asuma el control ya.

Todas estas frases, vacías por naturaleza, poseen cierta lógica: muestran el miedo, la impotencia, la ignorancia, el asumirse inocentes y culpar a otro, quien sea, de nuestros males. Como si decapitando al presidente Calderón nuestro país se llenara de colores. Como si él fuera la gran bruja que mantiene un perverso hechizo sobre todos los pobladores, o como si fuera él, personalmente él, quien dispara, secuestra, viola, asesina, decapita, incendia, envenena.

Yo no culpo a Calderón. Es el presidente, y siempre tendrá responsabilidad. Tal vez la mayor responsabilidad en todo esto. Pero yo no lo culpo a él. Él tiene cinco años en la Presidencia, pero los mexicanos tenemos más de 200 años de ser como somos: de estar empeñados en destruirnos mutuamente.

La independencia fue una guerra entre iguales: criollos y peninsulares. ¿Cuál era la diferencia sustancial entre ellos? Ninguna en realidad. Uno nacidos en España, otros, españoles nacidos en estas tierras. La revolución es un ejemplo más: mexicanos contra mexicanos, títeres todos de algunos caciques que tanto anhelaban el poder que se lo arrebataban a balazos. Lo mismo sucedió en la guerra de Reforma, y con el movimiento cristero, y con la guerra sucia, y con tantos y lamentables pasajes de nuestra historia... hasta hoy, cuando, de nueva cuenta, los mexicanos, de la manera más estúpida y sin sentido, nos asesinamos los unos a los otros sin otro motivo más que por nuestra estupidez genética.

Calderón tiene responsabilidad, y su guerra carece de resultados y de estrategias. Pero no podía quedarse con los brazos cruzados viendo cómo los cárteles despedazaban el país para repartirse o arrebatarse los pedazos. Yo no culpo a Calderón. Nos culpo a nosotros, a los mexicanos, que durante toda nuestra historia, y ahora en especial, hemos hecho de los ilícitos la manera normal de vivir y relacionarnos.

La mordida, la tranza, la piratería, el alcohol adulterado, conducir un auto como verdaderos estúpidos, estacionarnos en lugares prohibidos, festejar cuando alguien más burla las leyes (ahí está el reciente caso de las “ladies de Polanco”), sobornar al maestro, al dependiente de alguna tienda para que nos venda alcohol cuando no está permitido o cigarros si somos menores de edad, el graffiti que tapiza las ciudades, robarnos lo que podemos (si no, nuestras casas no estarían absolutamente enrejadas), entrar al juego perverso y corrupto de los verificentros, presumir de que somos intocables, influyentes, de que conocemos a un amigo que conoce a otro amigo, tirar basura en las calles, y no sólo me refiero a una colilla de cigarro o un papel: sillones en la vía pública, bolsas enormes de basura podrida; acaparar la calle porque creemos que es nuestra propiedad particular…

Decenas de nuestras conductas diarias, que nos parecen normales, son ilícitas. Simple y llanamente, delitos. Estamos demasiado acostumbrados a vivir de esta manera, a destruir la belleza, a escupir a quien demuestra educación, a insultar al que consideramos inferior, a humillar para no ser humillados, a ser prepotentes y necios, incultos y dañinos con quienes son o piensan diferente. Festejamos cuando un niño comienza a decir sus primeras malas palabras y lo animamos a que las diga en público como si fuera una gracia. Preferimos ver un partido de fútbol que leer el periódico; una telenovela que adentrarnos en un libro. Es más sencillo ser imbécil que ser recto. Por eso los primeros abundan y los segundos son pisoteados.

Yo no culpo a Calderón. Tiene responsabilidad, y mucha, pero durante toda nuestra historia nosotros mismos hemos cavado nuestra tumba. Y en todo caso, ¿por qué Calderón y no el PRI, que por 72 años fue simplemente “EL PRI” intocable, corrupto y todopoderoso? Si nuestras generaciones actuales se educaron bajo su sombra.

No. No se trata de señalar ni buscar culpables. Se trata de darnos cuenta qué tan hondo hemos escarbado para darnos cuenta qué tan bajo hemos caído.

Los que venden drogas son los responsables. Pero también quienes las consumen. Quienes saben que sus amigos o familiares las consumen. Quienes saben que un conocido suyo es adicto y para pagar su adicción tiene que asaltar. Y quienes saben que un conocido suyo las vende, y por eso tiene dinero.

Si somos más los buenos que los malos, ¿por qué el país se viene abajo cada día más? Si somos más los mexicanos buenos que los malos, ¿por qué no hemos hecho absolutamente nada para solucionar nuestra miserable situación? ¿Y por qué, cuando alguien, como Javier Sicilia, da la cara y se compromete a querer cambiar las cosas, se le ataca, se le critica, se le insulta, se le señala… y no se hace otra cosa más que hablar, hablar y hablar? Somos dañinos, somos corrosivos, no soportamos que los demás tengan razón o sobresalgan. Estamos resentidos. Nos atacamos sin sentido. Si atacamos a los otros incluso con insultos y con estupideces, no podemos esperar amabilidad mutua cuando alguien nos pone un arma en las manos: somos violentos por naturaleza, imbéciles sin buena voluntad, nos odiamos porque nos odiamos a nosotros mismos.

Yo no culpo a Calderón. Calderón no es diferente a López Obrador, a Peña Nieto, a Marcelo Ebrard. Creer que alguien llegará para llevarnos de la mano al país de las maravillas es ciego y falso. Es creer discursos maniqueos de presidentes legítimos y espurios. Este país no será diferente mientras no dejemos de ser como hemos sido durante al menos los últimos 200 años.

Yo no culpo al presidente Calderón. Nos culpo a nosotros, a los mexicanos, por disfrutar como disfrutamos de vivir entre la mierda.
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